Se dice que el propio Adriano participó en el diseño de su villa, según fuentes como Dion Casio y Aurelio Víctor (Adembri, 2000, p. 24). Todo indica a que fue un proyecto unitario, es decir, que hubo un plan premeditado y de bastante envergadura para crear el complejo de una vez. El hecho de que fuera una construcción tan grande explicaría que se encontraran diferentes niveles constructivos en algunas estructuras. Se pretendía buscar un contraste entre arquitectura y zonas de naturaleza y se llegó a hacer un cambio morfológico del terreno para conseguirlo. Se cree que Adriano, por Fuentes de Esparciano y otros autores, pudo construir la villa para imitar a Roma, como forma de homenajear a las ciudades que más le impresionaron en sus viajes, etc. (Adembri, 2000, p. 34-35). Se ha dejado claro, con las investigaciones que comenzaron en el siglo XVIII, que en realidad Villa Adriana intenta ser un símbolo del imperio en todo su conjunto.
En cuanto a la fase constructiva, gracias al timbrado de los ladrillos, H. Bloch nos data con precisión tres etapas: del 118 al 125, del 125 al 134 y del 134 al 138 d.C. No obstante, esto se desmiente por las pruebas que nos indican que en el año 125 Adriano ya se instaló en una villa mayormente construida, como la carta que manda desde allí hacia Delfos [ref]. Además, casi todos los ladrillos se datan del 124 en adelante, y lo antiguo se atribuye sobre todo a los edificios más céntricos (como el Teatro Marítimo), que se expanden a las fronteras. Por ese motivo, concluimos con dos posibles fases, una anterior al 125 d.C. y otra posterior, donde se crearon conjuntos importantes como la Plaza del Oro (Adembri, 2000, p. 35-36).
Como precedentes, hubo una villa republicana donde Adriano construyó su residencia imperial. El complejo entró en decadencia tras su muerte (138 d.C.), aunque siguió en uso por algunos sucesores hasta su abandono definitivo al caer el Imperio Romano de Occidente. En el siglo VI fue lugar de acampada para los ejércitos en las guerras godas (Plaza et al, 2002, p. 202). Y ya a finales de la Edad Media encontramos un gran expolio de las obras que se encontraban en la residencia, pues durante el Renacimiento se pusieron en valor. Allí se hospedaron varios humanistas y artistas. Un gran ejemplo de ello es Hipólito II d’Este, un cardenal que decoró su Villa d’Este con lo que había robado de Villa Adriana (Adembri, 2000, p. 48).
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